Imagina… estás al comienzo de un sendero, miras alrededor, respiras y te vas adentrando.

No sabes que te encontrarás, pero a pesar de eso, entras y vas avanzando. Es una senda llena y vacía al mismo tiempo. Cada persona que la inicia se encuentra cosas diferentes, un camino único.

Poco a poco sientes que hay más como tú recorriendo su propia senda, aunque a veces no ves a nadie, sabes que no estás solo. Te topas con piedras, piedrecitas, rocas grandes… ríos, charcos… llueve, hace frío, otras veces sale el sol y hace calor, a veces es de día y otras de noche. Hay ruidos, hay plantas y flores preciosas, árboles con frutos estupendos que en ocasiones están podridos, animales e insectos extraños, algunos provocan miedo, otros ternura…

Un buen día, de pronto, te topas con un muro que te impide el paso, es algo nuevo, grande, nunca antes habías visto algo así. Lo empujas, gritas, te enfadas, lloras, das golpes… pero sigues sin poder avanzar, el muro no se mueve. Finalmente, agotado, te dejas caer al suelo apoyando la espalda contra ese muro enorme y esperas… quizá alguien te encuentre y sepa que hacer, quizá desaparezca, quizá…

Pasado un rato ves a alguien que viene hacia ti…

– ¿Qué haces ahí tan cabizbajo?

– Me he topado con este muro y no puedo pasar…

– ¿Y para qué quieres pasar? Ven conmigo, conozco otros caminos donde no encontraras muros… Por cierto, me llamo Evitación.

– Ah, qué bien! Encantado de conocerte Evitación.

Te alejas de tu primer obstáculo junto a Evitación y a su lado recorres parte de tu camino.

Después de un tiempo te das cuenta de que Evitación siempre te lleva por los mismos sitios y que siempre ves las mismas flores y los mismos paisajes, comes los mismos frutos y no te cruzas con gente nueva, ni conoces nuevos animales. Así que decides seguir tu propia senda… y descubres, te pierdes, conoces, te caes, corres, vives.

Un buen día te vuelves a topar con otro muro, de distinta altura, color, textura, pero vuelves a no poder pasar… Recuerdas la anterior vez que te pasó algo similar y te sientas a esperar… ya vendrá alguien, puede que vuelva a encontrarme Evitación.

El tiempo pasa… cada vez te encuentras peor, tienes más hambre y sed, te sientes más solo y la idea de que quizás nadie venga a por ti se torna más real… De pronto, a lo lejos, ves una macha oscura y grande que se acerca rápido, notas como tiembla el suelo bajo tus pies. Conforme se acerca lo vas viendo más claro; es una silueta grande y fuerte. Sientes un poco de miedo, te abruma, pero al llegar se para frente a ti y te sientes seguro, con fuerza…

– ¿Qué haces aquí sentado? – te pregunta.

– No puedo pasar y estoy esperando…

– ¿Esperando? Pero si es muy fácil –dice Ideal-  yo puedo escalar este muro, cógete a mi espalda y te cruzo al otro lado.

Y así lo haces, Ideal te cruza al otro lado del muro, ya puedes seguir avanzando… Suspiras aliviado, has conseguido salir de ahí.

Pasan los años, vuelves a cruzarte con Evitación alguna otra vez, aunque siempre acabas cansado de sus rutas… también te encuentras con Ideal de vez en cuando, pero su ritmo y su fuerza te acaban agotando y finalmente te cuesta mucho seguirlo…

Un buen día, otro muro se cruza en tu camino… tienes la sensación de que cada vez son más altos. Piensas en cómo lo hiciste las anteriores veces y te sientas a esperar… al rato de estar esperando te asalta una frase: “Es fácil, yo puedo escalar este muro…” y te dispones a hacerlo como lo haría Ideal. Pero después de varias intentonas y de hacerte bastante daño, te das cuenta de que tú no eres Ideal y de que no puedes escalar ese muro. Desistes frustrado, “él dijo que era fácil…” Cabizbajo, te dejas caer en el suelo con cierta resignación. “Espera a Evitación -te dices- él siempre sabe hacia dónde ir”.

Pero esta vez pasa mucho tiempo y nadie llega. Tu desesperación aumenta, estás cada vez más triste, enfadado, frustrado… tienes mucha hambre y sed, tu cuerpo se queda sin energía. ¿Qué está pasando?, te preguntas cuándo llegará alguien.

 Entre el sueño y la vigilia, de pronto, oyes una voz. No sabes de donde viene pero parece estar al otro lado. No la escuchas bien, no entiendes que dice. Gritas para decirle que hable más alto, que no la comprendes… pero su tono se mantiene igual.  Te acercas aun más al muro, pegas la oreja a él para escuchar mejor, pero no logras reconocer ni una palabra. Cansado de gritar e intentar descifrar sus palabras te recuestas y finalmente te duermes. Hay calma, quietud, silencio, soledad… de pronto escuchas algo, esta vez con mucha claridad: “aléjate, aléjate”. Confundido y sin apenas energía decides hacer caso a esa voz y te vas alejando poco a poco de ese muro, mientras piensas… ¿Cómo voy a escucharte si me alejo?

Sin saber muy bien porque te das la vuelta y levantas la vista, de pronto ves la inmensidad de lo que tienes delante, pero das otro paso hacia atrás y algo llama tu atención. Un punto de luz a tu izquierda, se refleja en una piedra que antes no veías… Avanzas algunos pasos y te das cuenta de que unas ramas están tapando esa luz y que en realidad parece un agujero bastante grande. Te apresuras a apartar las ramas. Te dañas las manos, los brazos… Las ramas son más duras de lo que parecían y están bastante arraigadas. Finalmente logras apartar una, luego otra… y efectivamente lo que parecía un punto de luz se convierte en un agujero lo bastante grande como para poder atravesar ese muro.

Una vez al otro lado te sientes agotado y satisfecho. Piensas en esa extraña voz y corres en su busca, te preguntas quién será…

 Pero ahí no hay nadie. Te sientes desconcertado y una extraña sensación, nueva, diferente, te atraviesa…

“gracias” -te dices

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

PUEDES CONTACTARME DESDE AQUÍ MISMO

1 + 4 =

×