“Tendrías que hacerme más feliz; La sociedad tiene la culpa de todo; Es el alcohol, que confunde, Para qué esforzarse, no voy a encontrar nada; Es que yo soy así; Hazlo tú, que yo no sé; No sé, me da igual, lo que tú quieras; Me trata como una m…; Lo hago por tu bien; Esa es una rara; Ves lo que me has hecho hacer; Total por uno más; Si, sí, lo que tú digas amor; Haz lo que quieras! … ”
La palabra responsabilidad abarca mucho y es bastante importante en nuestra vida, ya sea por estar presente o por su ausencia. La mayoría de veces asociamos el término responsabilidad al deber, al tener que, a las obligaciones, a seguir unos patrones o hacer determinadas cosas. También a cuestiones morales, éticas, jurídicas, a determinados valores o principios, etc. Todos ellos forman parte del término y son muy válidos, y también muy abstractos a veces. Sin embargo, se nos ocurre quizás menos, pararnos a pensar en lo responsables que podemos ser de nosotros mismos, de lo que sentimos. En la responsabilidad que hay detrás de las decisiones que tomamos a diario, de lo que decimos y de lo que nos callamos, de cómo nos tomamos las cosas… la responsabilidad de lo que queremos, lo que pensamos y lo que hacemos, con nosotros mismos, con los demás, con nuestro bienestar, con nuestra vida…
Se puede entender la responsabilidad de muchas formas como he dicho, pero esta vez me voy a quedar con la acepción de hacernos cargo, ¿de qué? de nuestra vida, desde una visión subjetiva y personal. Dando algunas pinceladas de lo provechoso y favorable que puede resultar.
No me siento feliz; No comparto ciertos valores sociales… así que voy a hacerlo a mí manera dentro de lo que pueda; Se qué cuando bebo alcohol hago estas cosas…; Estoy desilusionado con este tema…; Sé que te molesta que me comporte así…; No quiero invertir tiempo en hacer esto; Un momento, que aun no sé que quiero; Cuándo oigo esas cosas , yo me siento como una m…; Yo quiero que lo hagas de esta manera aunque sé que tu quieres hacerlo de otra; Es muy diferente a mí y eso me inquieta, me siento incómoda; Me he sentido inseguro y he reaccionado así; Sé qué esto no me hace bien y quiero hacerlo; Amor, no me apetece hacer eso hoy, qué te parece si…; Me molesta/me duele/me preocupa que vayas a ese sitio; …
No es cosa sencilla ésta de hacerme cargo de mí, de lo que hago, digo, siento, sin meter a otro de por medio, sin esperar que algo de fuera cambie, sólo desde mí… ¿Cómo está presente la responsabilidad en nuestro día a día?, ¿cómo lo hacemos para no hacernos responsables de nosotros?
Por ejemplo, delegando de forma automática aquello que nos cuesta, mediante una actitud de rebeldía sin causa, esperando que sea el otro el que nos diga, el que haga, el que se dé cuenta, esperando que el mundo, el entorno, las circunstancias, nuestra vida, cambien. No teniéndonos en cuenta, mirando hacia otro lado, sin afrontar, tirando la piedra y escondiendo la mano, cargándonos con problemas, situaciones, emociones, que no nos corresponden, poniendo excusas, justificándonos… y un sinfín de triquiñuelas más.
¿Qué pasa cuándo ponemos en juego todo esto y dejamos de vernos a nosotros mismos? Podemos llegar a pensar que es todo más sencillo, más cómodo, se “vive” mejor. Y ciertamente es un poco así. Si yo no miro qué hay de mí en todo lo que me rodea, no veré cosas mías que me desagraden o me entristezcan, no tendré que enfrentarme conmigo mism@ y comerme la cabeza, no tendré que cuestionarme, ni sufrir por lo que me disguste, no tendré que re-conocerme en las cosas que pensaba que eran de otro y que ahora me doy cuenta de que están sólo en mí… Por otra parte, si tomo mis riendas y me responsabilizo de lo que me pasa, me puedo permitir más, tengo más opciones, puedo ser más libre para moverme, elegir, actuar, sentir… Puedo tener algo más de poder y control sobre lo que me pase, sobre mi vida… También me doy la oportunidad de ser más consciente de mí mism@, de mi día a día, de cómo me las ingenio, de las trampas que me pongo y que pongo, de cómo me escaqueo y para qué, y de cómo me deja a mí todo eso.
Si no nos hacemos cargo de nuestra parte en lo que nos rodea, tendremos más sensación de impotencia, todo nos será ajeno, ya que estaremos cargándole lo nuestro al otro, al mundo. Nos haremos dependientes de lo que nos viene de fuera, como meros observadores, y sin sentir que podemos intervenir en nuestra propia historia. Sin ser conscientes de nuestra capacidad para cambiar las cosas, para perseguir nuestras necesidades, lo que queremos para nosotros, para nuestro bienestar, y desde ahí poder también favorecer el bienestar de los que queremos. Nos empeñamos en que el otro haga, que cambie, que cambie el mundo para sentirnos bien… cuando la clave principal está en nosotros.
Una cosa que “tenemos tan clara”, como es la responsabilidad, algo que nos intentan inculcar de pequeños, algo de lo que tantas veces hemos huido o nos hemos enorgullecido. Eso que tantas veces hemos pedido y sobre todo esperado… es algo que, más allá de venir impuesto de fuera, podemos encontrar en nosotros mismos, influyéndonos a todos los niveles de forma bastante significativa y sin que apenas nos demos cuenta.
No es fácil cambiar, mejorar, transformar las cosas, pero empezar a dirigir la mirada hacía dentro, hacia uno mismo nos irá dando pistas e información valiosa sobre nosotros, desde la cual poder empezar a hacer aquello que necesitemos para estar cada vez un poco mejor.
0 comentarios