Imaginemos que volvemos a la infancia…
Estamos coloreando un dibujo en nuestro cuaderno de pintar, intentando no salirnos de la línea, aprendiendo de qué color son las cosas y creando colores nuevos, equivocándonos y borrando si es necesario, etc.
A nuestro lado, compartiendo pupitre, está nuestro/a compañero/a. También está coloreando su dibujo… lo miramos, comparamos (lo normal), copiamos ideas (lo más normal), nos damos cuenta de que no lo estamos haciendo nada mal y de que, aunque el sombrero de su oso ha quedado muy bonito en verde, nosotros hemos decidido pintarlo en negro como el que vimos en aquellos dibujos animados. Además, él/ella pinta apretando mucho las ceras en el papel; los colores se ven más, sí, pero yo lo hago más flojito porque así se notan menos las líneas discontinuas… Volvemos a mirar nuestro dibujo y sentimos satisfacción.
Ya vamos por la mitad y pensamos, «cuando lo termine le diré a mamá si puedo colgarlo en la pared de la habitación». Es el primer dibujo que pintamos entero y sin ayuda y, aunque no está perfecto, estamos felices porque lo estamos haciendo a nuestra manera. Ya lo imaginamos colgado encima del escritorio de la habitación cuando, de repente, nuestro/a compañero/a coge una cera suya y se acerca, casi nos hecha de la silla, y empieza a pintar en nuestro dibujo. Borra el sombrero negro de nuestro oso y lo pinta de verde como el suyo, se sale de la línea y termina por pintar también de verde la cara. Además dice, que si apretamos la cera más fuerte, como hace en el suyo, nuestro dibujo quedará más bonito… STOP
¿Cuándo empezamos a sentir que las demás personas nos comían terreno?, ¿desde cuándo nos recordamos cediendo ante situaciones que nos disgustan, nos molestan o no compartimos?
Poner límites en las relaciones, es una cuestión que se pone en juego desde bien pronto. Ya no solo a la hora de no dejar que los/as demás o las situaciones nos engullan, sino también a la hora de no invadir nosotros/as.
Los límites implican respeto, hacia nosotros/as mismos/as y hacia los/as que nos rodean; necesidades, gustos, ideas, opiniones, bienestar y satisfacción personal, autoestima, seguridad, y en general todo aquello que somos, se salvaguarda detrás de unos límites adecuados. Límites como: esto no; por aquí sí; eso no es lo que necesito; ahora es mi momento; lo que realmente quiero es esto, no aquello, me apetece hacer esto; no quiero; etc.
A veces, sin darnos cuenta, vamos cediendo terreno. Esta cesión se produce tan poco a poco, y de maneras tan variadas, que acabamos olvidando que ese terreno alguna vez fue nuestro, que nos corresponde y lo queremos.
Poner límites adecuados supone un trabajo personal de conciencia y responsabilidad. Conciencia a la hora de saber lo que queremos y lo que no, y responsabilidad para hacernos cargo de ello.
Los motivos por los cuales nos cuesta poner límites pueden ser muchos, pero a la base de todas esas explicaciones que nos damos, y que pueden parecer “lógicas” y verosímiles, subyacen siempre sentimientos y emociones muy básicos como el miedo, la culpa, la vergüenza, y conceptos tan importantes como son la inseguridad y la autoestima, entre otros.
No es una cuestión sencilla darse cuenta de cuando realmente una persona o situación nos está absorbiendo, por tanto, es importante ir fijando nuestra atención en las sensaciones que nos deja; ese poso que va quedando después de haber cedido ante alguien o algo, de haber callado, de haber obedecido, de haber aguantando o cargado con algo que realmente no es nuestro, que sentimos que no va con nosotros/as. Es un malestar que se va haciendo grande en nuestro vientre, en nuestro estómago, en nuestra garganta… y que nos da información de que algo no está bien, con alguien o con alguna situación en particular. Será momento de pararnos a pensar dónde nos estamos enganchando, con qué, con quién… y si es posible ir más allá, darnos cuenta también de, qué es lo que nos frena, que nos está impidiendo marcar nuestros límites.
Poder relacionarnos con las demás personas teniéndonos en cuenta, nos permite estar más en contacto con nuestras verdaderas necesidades y sentirnos más a gusto en nuestra piel, ya que nos hacemos responsables de nosotros/as y de nuestro bienestar. Desde ahí pondremos en juego relaciones más genuinas, saludables y en definitiva, más satisfactorias.
¿Por qué dejar que pinten nuestra vida con sus colores?
Y de igual manera, ¿por qué empeñarnos en pintar otros dibujos a nuestra manera?
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